Una cadena de enlaces

Hace bastante tiempo me había encontrado con una canción especial, misteriosa y de la que no sabía mucho, únicamente que era la banda sonora de una película. En el vacío de estos días de cuarentena (si, otra vez), empecé a buscar esa película, con mucho entusiasmo y pocas pistas. Llegue a una plataforma tipo Netflix que tenía muchos títulos y uno de ellos era la de un comediante y su historia de 30 años.

Resulta que era el mismo tipo cuyos videos había encontrado algún día viendo YouTube y que seguí dando click hasta encontrar un podcast del mismo autor y en el que seguí dando click hasta llegar a una productora y continué en una cascada infinita de click impulsada por la curiosidad que termine por encontrar otra canción maravillosa.

Estas don canciones influyeron en mi listado de descubrimientos diarios en Spotify y he redescubierto un nuevo subgénero de música que me mola mucho.

Al final, todo ese consumo de cultura apabullante de estos últimos meses me ha servido para empezar más conversaciones de las que imagine alguna vez, más aún, me hace seguir en esta dinámica de click y de puertas abiertas al conocimiento.

Así que entre canciones, relatos, shows de media noche y series por estrenar, me doy cuenta que algo que había pensado imposible ha pasado, he recuperado parte de mi memoria. Solía recordar datos tan absurdos que solo me hacían sentido a mi, pero por un motivo poco conocido y no divulgado pase de tener una memoria prodigiosa a anotarme la lista de la compra en el celular. -La edad-, pensé, pero no.

Ha sido la maravillosa necesidad de curiosidad, de consumir cosas, de llenar los múltiples vacíos que tiene mi vida hoy, pero sobretodo, de mantener mi mente ocupada en libros sin terminar, series a medio ver, películas por repetir, cuadros por pintar y “mimitos” para dar. 


Esta fue una de las canciones que encontré: El Mundo, de Love of Lesbian.
Y pues describe mucho:

Si a veces sientes 
que hace años no amanece 
y que has vivido tantos días 
en un coma tan profundo, 
un sueño tatuado en invisible 
sobre la piel de tu autoengaño 
hasta llegar a ese momento 
en el que solo parecías 
ser real en la ficción.





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